Soy el pájaro

y desde aquí

te miro

Mano

invisible

sostiene

Todo

se mueve

quieto

¿A dónde vas?

Todo está

aquí



Miro


si siento


veo



Bosque


envuelve


mi aliento

VIAJE A PARIS

Sin un mapa, viajé a Francia. Sin una dirección fija, viajé a Paris. Con la indecisión en mis talones, con la necesidad de disfrutar en mi corazón.

Serge y Emanuelle y Fleur estaban sentadas en la van que me llevaba de Orly a 156 Jean Jaures, Paris. Muchos ‘comme ca va’ y ‘la fille est tres jolie’ y que soy artista y que mezclo fotos con acuarelas y que Serge también es artista – escultor y que ellos vienen de Normandía donde el tiene su taller. Allí hace sus enormes esculturas de hierro y que se las puede ver en la Prefecture de Paris. Y Fleur me señala una moto igual a la de su papá. Y Emmanuelle me mira con una sonrisa de ángel y de belleza televisiva. Y ya cuando se bajan del van me invitan a cenar (cenar???) con Luz el jueves siguiente y que les confirme por mail.

Me recibió un departamento por siete días cuyos propietarios se han ido a Nueva York. Está repleto de instrumentos musicales de Africa y hay un gatito negro que se nos escapa por el corredor y que al final de la estadía ya comenzamos a amar.

Así comenzó el viaje a Francia. Passage Lanchre, pleno barrio Les Marais, plantas frente a negocios pequeños, un señor que arregla paraguas y sombrillas y al lado, unas ventanas llenas de flores y una mesa y Luz que me dice ‘entremos’ y vamos… y nos encontramos con Fred que es chef y da clases de cocina allí y que recién terminó una clase y que además tiene un programa de cocina de todo el mundo por televisión. Y entramos, y comenzamos a charlar y vemos que saca unos hermosos platos blancos con manchas en azul oscuro y nos sirve una ‘panacotta’ con coulis de frambuesas y frutas frescas y abre una botella de vino espumante y Luz se sienta a degustar y nos miramos y decimos que todo es de película y nos cuentan que este es el Pasaje más antiguo de París, que no fue destruído cuando Osman remodeló París, y que no se llevaron una buena impresión de México, que no conocen la Patagonia pero que saben mucho de ella porque Florant Pagny, famoso cantor francés, con su mujer argentina Azucena se compró una hacienda por nuestros lados y que sale por TV mostrando la estepa patagónica y los cielos del sur. Y saco fotos de cada detalle, del micro patiecito lleno de plantas, de un puercoespín, de una hortensia con flores grandes como un repollo. Y ya a Luz le brillan los ojos de tanto vino francés.

Seguimos el periplo parisino, desde el Musée de Arts et Metiers con todo lo de Lavoisier y Saussure y está todo lo del libro de sexto grado de la primaria, al Musée de Orsay donde me enamoro sin remedio de Toulouse Lautrec y donde Cezanne, y Van Gogh y Monet están a un centímetro de distancia de mis ojos además de una decena de pintores maravillosos, nada conocidos pero que dejan en mis ojos el encanto de los pasteles y las acuarelas. Y también el Pompidou, tan de fábrica en su arquitectura, y sin embargo lo disfrutamos con todos los turistas y parisinos sentados en el patio inmenso a la entrada con las palomas que se comen las migas de nuestra baguette y nuestro queso y que nosotros deglutimos con un delicioso jugo de tamarindo. Y luego los salones, y vamos y venimos y nos faltan ojos en la espalda y los talones. Y están las obras de Calder, que ¿cómo pudo ser niño siempre? y Kandinsky, que también niño fue y todas las mujeres artistas de la exposición que es solo para ellas. Y nos vamos hacia la salida luego de horas de caminar y caminar pero faltaba un detalle, nos faltaba un espectáculo. Entramos en una sala enorme con una infinita alfombra roja y el cielo raso tapizado de globos rojos y plateados. Y estamos solas y nos sacamos fotos extendidas cuán largas que somos no tanto para las fotos sino para descansar en posición horizontal y empieza un ruido estruendoso y se acerca una locomotora y se apagan las luces y aparece el tren en pantalla y vamos viéndolo como pasa lentamente por distintos paisajes, el salón está desierto y el tren se pierde en el horizonte y apagan las luces y cierran la puerta y el espectáculo fue sólo para nosotras dos.

Seguimos por París, viendo las putas en Les Halles, a las 12 del mediodía, queriendo fotografiarlas pero no atreviéndonos. Y seguimos viendo obras de arte de Gary Farrelly que ya pone su fecha de deceso para el 2077 y Gilles Saussier con sus fotos de pescadores de Bangladesh y su video sobre el Loire con una instalación de pisar recipientes con agua de un arroyo entubado y hacer su recorrido caminado un día y una noche sólo pisando el agua del recipiente paso por paso. Y viendo el trabajo de Aki Lumi en una galería perdida donde hay un Fiat rojo escondido en un patio. Y creo que el trabajo de Aki se parece a mis encantamientos, pero no. Y luego tules en unos marcos y palos de amasar pintados de negro y también hay tanta ridiculez que se dice que es arte. Y luego paramos en un restaurant y un motociclista nos recomienda que nos quedemos a comer allí y sí, el pollo con arroz y chauchas está delicioso. Y el lugar es minúsculo y no tiene baño pero qué importa si hay tantos restaurants donde sentarse, tomar un café y pagar 7 euros para tener derecho de admisión al baño.

Ya llega el jueves, y ya confirmamos qué sí vamos a lo de Serge y Emmanuelle. Y llegamos a Porte de Charenton. Y el departamento es minúsculo y está cubierto de obras de arte. Y el baño es más que pequeño y tiene las bananas y manzanas en una canasta debajo del lavatorio y los chocolates están al lado del inodoro. Y en la cocina sólo entra el que cocina y Emmanuelle aprendió a cocinar en el restaurant de su papá y Serge tiene una concepción holística de su vida, de su arte, de su terreno en Normandía y Fleur, más que bella a sus casi dos años, ya se duerme en su cucheta. A nosotras nos esperan los manjares: legumes avec de ciboulette, gambas pas del Vage avec des epices italiennes et beurre salée, des scallops Saint Jacques avec de roquette et balsamique ancien, spado au pistou avec ratatouille et petits poids et haricort verts, gateau de fondant au chocolat, coco et beurre salé, glace de mandarine avec chocolat de Berthillon y no mencioné los tres fromages que fueron el broche de oro. Y Luz, que no habla francés, mira con ojos brillantes todo lo que sucede luego de beberse champagne, vino blanco, vino rosado y vino tinto para terminar. Y suerte que cerró el metro a las 12 porque nos hubiéramos desbarrancado por las escaleras y nos tomamos un taxi conducido por un maravilloso negro de Senegal que me cuenta que todos los años se va con su familia a Africa de vacaciones.

Al día siguiente nuestro paseo caminando por el Sena, disfrutando de la Ile de France y de nuestro helado Berthillon de mandarina que tuvimos sí o sí que repetir y le pido a tres policías permiso para sacarles una foto manducando cada uno una baguette pero me miran con la intención de meterme en prisión y están allí porque Obama está cerca y qué lindo hubiera sido cruzarse con el presidente americano. Y no nos podemos despegar del Sena. Tenemos que sí o sí tomar un barco que nos lleve hasta la Tour Eiffel y subimos al primero que nos ofrecen en la orilla y somos las únicas, pero ¿por qué?, cuando pasamos a otros barcos llenos de turistas con audífonos y otros con el guía hablando por altavoces. Y nosotras, solas las dos, Luz tirada en una reposera viendo a la gente vestida de etiqueta tomando champagne en otros barcos.

Llega a su fin la semana en París. Y partimos para Avignon en tren. Nos espera allí nuestro Citroen 3, auto preferido de Luz (su primer trabajo de publicidad fue de este auto francés – corrían los modelos por el tren en la estación de Bariloche). Antes de recorrer el pueblo nos vamos al río, el famoso, del ‘sobre el puente de Avignon todos bailan todos cantan’ pero que ahora se caerían por el puente ya que sólo existe una mitad. Y nos vamos a comer porque siempre tenemos hambre de queso y de baguette y de pistachos y dátiles y de té Earl Grey preparado con agua caliente que traemos en un termo comprado en la ferretería de Bariloche. Y nos llegan olorcitos a ajo frito de un restaurant y todos comen y disfrutan y nosotras vamos a los yuyos y qué suerte que todavía hay yuyos y que todavía se pueda hacer pis en Francia. Y partimos para Apt. Y ¿por qué Apt? Por que allí están Fred, Valery, y sus hijos Robin, Matisse y Cleo. Y la invitan a Luz a quedarse con ellos y ella les dice que viene con su mamá, que soy yo, y ellos le dicen que soy bienvenida. Y ya estamos en Apt pero no sabemos dónde está la casa y nos vamos a hablar por teléfono pero no es necesario ya que su camioneta se cruza con nuestra voiture y ya nos guían hacia su casa…. Una casa de la Provence, una casa de Cote Sud (Cote Sud es mi revista favorita) y todo es de esta revista: el ventanal que da a los prados de amapolas que aprendo que se llaman coquelicots, la escultura que es igual a la de Eddy pero que hizo Valerie porque es una decoradora de primera con gusto divertido y lleno de color, la piscina que hicieron ellos con sus propias manos, la mesa multicolor para tomar el desayuno a la mañana, la música de jazz que se cuela con los pájaros, y sus charlas sobre como compraron la casa y como sacaron las montañas de ceniza del dueño anterior y de cómo encontraron una fuente y cañerías romanas y cómo les encanta vivir en Apt y ésto lo puedo entender porque el lugar esta lleno de color lavanda y color amapola. Y los niños tan gentiles y tan adorables, Robin y Matisse hablando en español y Cleo tocando el violín y haciendo equitación. Y Fred tan trabajador y tan buen músico y tan mi choux choux (preferido). Y Valerie nos lleva a recorrer y visitamos Joucas, y fotografío cada ventana y cada portón, y luego Rouisillon y una abadía del Siglo XII donde escuchamos cantos gregorianos y vemos a los monjes recitando a la luz de los candelabros y luego Gordes donde también fotografío cada ventana y cada portón y ahora entiendo a cada uno de los japoneses que veo.

Y Luz tiene que vender sus bombachas (ropa interior – culottes en francés) que se trajo de Bariloche que están hechas en organzas y tules y Valerie le dice que hay una boutique ideal para ofrecerlas y vamos para allá y conocemos a Marie Laure de la cual me enamoro y Marie Laure le muestra las culottes a todos los que pasan y en la boutique conocemos a una colombiana Milena que gesticula como todos los latinoamericanos y Marie Laure nos invita a un ‘aperitif’ en su casa a la nochecita y así llegamos a Saignon. Y qué se puede decir de Saignon, que es divino, que sus callecitas son para recorrer y cada portón para fotografiar y subimos hasta la punta de la montaña y vemos todo el valle y desde allí vemos a Marie Laure que está preparando la mesa con las baguettes y los fromages y las olivas y el champagne que compró Valerie en Apt. Y nos sentamos a comer y conocemos a Antoine Le Menestrele que es el mejor escalador de Francia y aparece Ann Rozann que es una vecina y que me cuenta que ‘quién vivió en Saignon, pues Cortázar y que su casa sigue allí y está su biblioteca’. Y yo le digo que el único libro que traje a Francia es el de Cortázar, Papeles Inesperados, porque me enamoré de Cortázar hace tan sólo unas dos semanas cuando volví a leer alguno de sus textos. Y me dice que me puede mostrar su casa y yo me muero por tanta coincidencia. Y me cuenta que ella está casada con un señor que nació en el Tibet hace 105 años y que sigue trabajando en finanzas desde su computadora. Y ya a esta hora, con tantas emociones y el fresco de la noche y las historias sobre Cortázar y todos los argentinos que vivieron en Saignon, me tengo que ir a dormir. Mi cuerpo no resiste tanta emoción.

Pero al día siguiente todo continúa porque nos vamos a Buoux. Valerie le dice a Antoine que debe llevar a Luz a escalar y por qué también no escalo yo. Y yo pienso que es una locura, que no puedo volver quebrada a Bariloche y salimos hacia la gran

falaise (acantilado) y allí está la casa que Marie Laure y Antoine se construyeron contra la roca y que su sola visión me hace llorar porque me remite al tiempo de Jesús cuando veo los 3 asnos que me reciben en la puerta con otra Laure que tiene un bebé y que ahora mora allí. Mientras Valerie y Marie Laure juntan perejil silvestre, Antoine prepara los arneses y me dice en que hueco debo poner mi pie y en qué roca debo insertar mis dedos y yo veo que a lo único que me estoy agarrando es a una pared lisa como un cristal y desisto, bajo los dos metros que subí y tranquilamente vuelvo a mis fotos y a mis paisajes y a tomarme un té de menta con Laure y a fotografiarme acostada en una chaise longue al aire libre. Espero a los escaladores que bajan por una fisura tan pero tan angosta que parece un corte en la roca. Bajan excitados, contentos, todos con casco. Y ya nos subimos al auto y ya estamos abajo y Luz tuvo su escalada de película.

Luego de Apt ¿adónde nos dirigiremos? Y Valerie nos recomienda ir a Gap primero en vez de Marseille y aceptamos el consejo y es la mejor decisión. Subimos y subimos la cuesta hacia Gap, hacia Pelleautier, donde vive Lionel. Y los paisajes de los Alpes son increíbles, verdes verdes y hay pueblos y pueblitos y castillos y castillitos y rosas en los balcones y malvones en los portones. Y se nos hace agua la boca cuando vemos los carteles que anuncian la venta de quesos y vinos en pequeños poblados. Y vemos un cartel que indica que estamos a 0.3 de Pelleautier. Y sí, a tres cuadras está Pelleautier que es de una sola cuadra con cincuenta casas y Lionel, nuestro amigo botánico vive allí en la única granja. Y es hermosa la historia de Lionel que se apareció hace tres años en nuestra casa de Bariloche para un almuerzo y en sus manos traía una tarta bretona que había cocinado él en el hostel donde alojaba. Ese mediodía me enamoré de él, lisa y llanamente. Y ahora está aquí en Pellautier (que con Luz llamamos entre nos ‘pelotero’) con Alix su novia, recién llegado de su trabajo en otra parte de Francia y está por solo este fin de semana y ya nos ofrece la salida del día siguiente por los Alpes porque tiene que recoger y fotografiar plantas. Por la noche salimos a escuchar música Klesmer y comemos en un restaurant en la calle y nos emborrachamos de buena vida.

Y el paseo por los Alpes merece un párrafo aparte. ¿Cuándo he visto tantas flores pero tantas tapizando el sendero por el que estoy caminando? Lluvia de oro, clavelinas, taraxacum, flor de lis, alelíes. Todas las flores me remiten a nuestros jardines en el sur pero aquí crecen salvajes, perfumadas, con decenas de variedades como la mosqueta que no es una sino treinta y cinco. Y subimos la cuesta y vemos campos floridos de amapolas que parecen alfombras gigantes y los meandros de un río y se oyen las vacas con sus campanas tintineantes y se crea una sola nube en el cielo y esa misma nube desaparece para aparecer una vez más y Lionel tiene su vista metida en el libro de botánica, Luz mira en lontananza y yo, por supuesto, lloro.

Y al día siguiente parten los jóvenes a escalar Zeus. Son Lionel, Alix, Luz y Germán y yo salgo a caminar y escribo

Rosas, laurel cerezo

Alelíes

Plantago

Acacias en flor

Taraxacum

Hortensias

Madreselvas

Retamas perfumadas

Perdida estoy

Buscando el Lago

De Pelleautier

Y ¿cómo se puede perder uno en Pelleautier de 50 casas y una sola calle buscando el lago? Sólo a mí me pasa. Pero lo encuentro luego de pedir indicaciones a varios en el calor de la tarde. Y me siento entre los juncos y meto los pies en el agua tibia y saco decenas de fotos de reflejos y escucho los pájaros y veo a la gente meterse en el agua y lamento no tener el traje de baño y veo a un señor en traje de neoprene metiéndose en el agua y llenando unos bidones. Y borracha de tanta luz vuelvo a mi única calle y pido prestado a la vecina harina y leche para hacer unos crepes a la argentina para los deportistas que están por llegar. Y nos sentamos en la terraza y junto a todos más Germán que también es de Bariloche, cenamos a la luz de las velas viendo el campanario de la iglesia al atardecer.

A la mañana acompañadas por Alix partimos para el sur. Nos vamos a Marseille, hacia el mar. Y nos vamos con una invitación. Luz conoció a una señora peruana en sus viajes por Francia antes que yo llegara. Se trata de Consuelo, casada con un marsellés y con dos hijos Lionel y Olivier. Pero antes de llegar al sur debemos pasar por Aix-en-Provence porque es justamente aquí que todos los años se organiza el Salon de Cote Sud. Y Luz tiene en sus manos invitaciones para el Salon que encontró en una tienda de ropa. Con la presentación de las tarjetas tenemos 20 % de descuento en las entradas. Y me visto de Cote Sud para no desentonar y luego de vueltas y vueltas por Aix encontramos el Parc Jourdan y nos sumergimos entre gente linda vestida de linos y sombreros de paja. Y paseamos entre los stands de decoración con mesas y sillas y bolsos y adornos y semillas de Africa y exquisiteces que ya de verlas sirven como degustación. Y me compro dos revistas del año anterior que seguramente pesan más que lo adecuado pero las tengo aquí luego de años de no haber podido comprarlas. Y sí, estuve en el Salon Cote Sud y siento que tampoco es que sea tan especial.

Y para llegar a Vitrolles cerca de Marseille nos falta una brújula. Damos vueltas y vueltas y no podemos llegar. Está Vitrolles Nord y Vitrolles Sud y Vitrolle Centre y nosotros sin saber adónde estamos. Estacionamos al lado de una escultura de una mujer con los brazos abiertos y es ahí de donde nos rescata Consuelo que llega a buscarnos con Pierre y le pregunto cómo es que nos ha invitado a dos argentinas desconocidas para alojar en su casa. Y ella dice que le encanta y que somos bienvenidas. Nos reciben en su casa con el apéritif al lado de la piscina y empiezan los cuentos de los hijos. Olivier es fanático pero más que fanático de Maradona y de la Argentina y también de San Lorenzo de Almagro y las paredes de su cuarto están tapizadas de banderas y la argentina es la más grande. Y siempre sale vestido con la camiseta de la selección argentina y conoce Quilmes y sabe todo sobre su equipo de fútbol. Laurent, el otro hijo, no es tan verborrágico pero escucha y habla suavemente y nos cuenta que está preparando sus exámenes para la universidad. Estudia y estudia y tiene exámenes uno tras otro. Y es un excelente jugador de fútbol. Y nos enteramos que Pierre es maratonista y ha corrido como veinte maratones en Nueva York y Paris y Montreal. Y que trabaja en un banco. Y Consuelo es asistente en una guardería. Y nos muestran su casa y nos indican nuestro cuarto y nos dan indicaciones para irnos a la playa.

A la mañana siguiente, nos vamos a Saint Marie de la Mer a hacernos un perfume personalizado. Ya Luz tiene el propio. Luego de sentir más de veinte perfumes, una persona especializada va retirando los aromas que no gustan y se queda con tres y de allí se saca el perfume que es el de una. Y luego da una reseña de la personalidad por el perfume que uno eligió. A mí me corresponde el número 68. Y Saint Marie de la Mer está en la Camargue y vemos caballos blancos y arrozales. Llegamos al mar y al pueblito blanco con ventanas azules. Y nos bañamos por primera vez en el Mediterráneo y lloro porque nací tan cerca de allí y ese mar de Europa fue el primero que vieron mis ojos de bebé. Tirones de saudades sentimos cuando partimos… tenemos que volver….

Y luego Cassis, el puerto pequeño cerca de las Calanques, Las Santa Ritas y madreselvas se desparraman sobre los muros y encandilan con sus colores. Nos tomamos un barquito para visitar las Calanques, tan verticales y tan blancas y tan protectoras del mar que éste se hace casi inaccesible. Y se pueden visitar tres o cinco u ocho calanques. Elegimos visitar cinco… Craso error… Nunca hay que dejar un paseo por la mitad. Todo o nada. Luego de terminar la quinta calanque, uno quiere más y más y más. Quien no quiere quedarse viendo las bahías con el agua transparente, tan protegidas de los humanos. Hay que tener un velero o unas buenas piernas para llegar caminando a estas bahías tan protegidas. Y volvemos hacia nuestro picnic de baguette y queso en la playa y nos quedamos horas y horas viendo a los niños retozar en el agua con sus gritos de alegría. Y vemos japoneses con hijos risueños y señoras grandes y no tan grandes en tetas, y señores con buenos músculos jugando a la paleta. Y Luz consigue una máscara para ver los peces bajo el agua y arma montañitas con las piedras de la playa. Y yo abro mi libro de Cortázar pero no leo. Hay tanto para mirar… Y ya es hora de partir pero no sabemos la hora. Hace días que no consultamos el reloj entonces le pregunto a la señora que está a mi lado y que ha estado allí toda la tarde, también mirando y bañándose, qué hora es. Y me dice que ya son las cinco y yo le digo que no puede ser, que el día tendría que ser más largo para poder disfrutar de Cassis y comenzamos a hablar y me cuenta que es cassidienne de hace 5 generaciones. Y me cuenta su vida, de cómo venía a esta misma playa de la mano de su abuela y de cómo la Estatua de la Libertad se hizo con las piedras de Cassis y que vive al lado de nuestro hotel que es el primero de Cassis y que tiene una nieta que se llama Bárbara y que es la única de Cassis con ese nombre. Y se tiene que ir a Marseille y que es una lástima que no pasemos por su casa y nos damos un beso y queda registrada en una foto con Luz, y no puedo dejar que la historia termine así. Vuelvo al auto, busco un ‘encantamiento’ y se lo llevo con mi tarjeta al hotel. Magali Vanny tiene un pedacito del Lago Gutiérrez con árboles violetas apoyado en alguna repisa o guardado en un cajón. Y cada vez nos cuesta más despegarnos… y volvemos a paso de tortuga por el camino La Gineste con miles de marselleses que vuelven a la misma hora y los autos forman una serpiente infinita sobre la cornisa que llega hasta Marsella.

En casa de Consuelo y Pierre nos espera la cena y su cariño y su hospitalidad. Y comemos una deliciosa tortilla provenzal y almendras caramelizadas y masitas dulces de postre de Digne, un pueblito pequeñito donde dos hermanos fabrican esas delicias. Y tenemos que devolver el auto y vamos con Pierre hasta el aeropuerto de Martignane casi a la vuelta de la casa. Y ya nos despedimos porque es a la mañana temprano que partimos hacia Paris en tren.

Nos quedan cuatro días, sólo cuatro días y tres noches para disfrutar los últimos momentos en esta ciudad que lo tiene todo. Y aquí nos recibe Bastien. Está cuidando el departamento de unos amigos y nos dice que tiene lugar para que nos quedemos. Y llegamos a un barrio cerca de Monmartre con una maravillosa fiambreria a la vuelta de la esquina donde compramos exquisitos ravioles y queso chevre envuelto en jamón crudo y remojado en aceite de oliva. Y vemos a la señora de enfrente con un vestido rojo igual a los malvones que está regando en el balcón. Y nuestros mmmmmm y qué delicia se repiten como todos los últimos veintitrés días que estuvimos aquí. Y Bastien nos dice que están sus padres en París y que por la tarde irán al Louvre y pregunto si podemos ir también y me dice que sí y partimos para encontrarnos en el Puente de las Artes sobre el Sena y caminamos aspirando el aire primaveral y nos encontramos con Katrine que nos habla con una alegría sin igual de la muestra La Puerta del Cielo que vamos a ver. Y luego a comer a ‘Les Eclus’ bien cerca del Louvre donde probamos un pato confit y caracoles en su salsa como para decirle a Eddy que eso es lo que comimos. Y me hago amiga de Didier el mozo quien me dice que me espera en mi próximo viaje. Y sólo nos queda Montmartre para el día siguiente y el restaurant Fuxia en la Rue Les Martyrs y buscar un afiche de una pintura de amapolas en un jarrón también a la vuelta de la esquina.

Y ¿cómo se vive sin París y sin la Provence? La Patagonia me recibe con un día pleno de sol y con sus montañas cubiertas por un tul de nieve transparente. Y la vida siempre se pone mejor.